Los Renglones Torcidos de La Polari

Libreta de Notas de una Barbie Terrorista Virtual, Madama de transgeneros digitales y agitadora avant-pop.

6.20.2014

Los Rostros de la Diosa -



Había una vez una niña llamada Matangi. Esto fue hace cinco mil años. Su padre era un temible luchador y sabio de la casta de intocables que llegó al poder sublime a través de la práctica ascética tras miles de años, y Matangi fue conocida como diosa de la música y la palabra hablada, ella no era un guerrero, sino una ministra al que se referían como la “Rena de reinas”. Ella dijo la verdad al poder comunicarse desde el corazón, si no hablamos desde el corazón nuestras palabras son falsas y carecen de sentido. Matangi es a menudo representada llevando una espada en la batalla para proteger la promesa de la libertad que las palabras poseen y el valor intrínseco que contienen, ella también lleva un loro, un pájaro lo suficientemente listo como para decir algo pero no lo suficientemente inteligente como para saber lo que está diciendo. Es un recordatorio a la humanidad del peligro inherente a todas nuestras balbuceantes comunicaciones. Matangi es la única diosa que no vive en las nubes o en un palacio, hizo su templo en una choza en el arrabal  de Kamathipura donde camina en la calle con los marginados e indeseables para profundizar su comprensión de lo que contamina nuestra sociedad, no sólo el detrito y el  efluvio, sino también los sonidos rudos, el habla impura y los pensamientos de odio que envenenan los días. Su mudra es dos dedos del medio levantados con las manos entrelazadas como una especie de amantes que se abrazan, el suyo es el camino del pensamiento interno que se manifiesta de una manera artística, pero esta energía puede tomar cualquier forma, cualquiera de las sesenta y cuatro formas de arte conocidas como Kala.

Matangi desanda los callejones de Kamathipura y trasnocha en los arrabales del mundo, pues ella sabe unir en sus pasos lo que para la humanidad es distante: Se le ha visto en el Kabuki-Cho cantando a la madrugada; ha acompañado los pasos de las putas de Nairobi en la calle de Koinange; cruza con modestia Kamaliyah en Baghdad; sigue las miradas de ligue en Jongno, Seoul; en Geylang despliega sus habilidades políglotas con putas de toda Asia que buscan probar su suerte en el distrito rojo de Singapur; en las vitrinas de Amsterdam, en De Wallen, despliega su danza tras el vidrio que la separa de los transeuntes; en la zona galáctica de Tuxtla Gutierrez enseña a las centroamericanas las artes de sobrevivir el horror con una sonrisa y en la favela Rocinha baila danza fonki con un perreo salváje y extático. Hay noches en las que Matangi camina de la mano de sus hermanas, las Mahavidyas, las grandes sabidurias, los diez aspectos de La Diosa. Matangi ha caminado de la mano de sus hermanas, las ha llevado a bailar a República de Cuba: Bhuvanéshuari las ha cubierto con su velo para caminar entre las parroquianas sin cegarlas con su divinidad, Matangi ha bailado para las sorprendidas y las entendidas, Kali ha masacrado a los demonios del odio y la envidia que se escondían en el corazón de las parroquianas, Kamala ha permitido que el loto florezca en sus párpados mientras duermen. Algunas noches de república de Cuba, en el centro histórico, son bendecidas por las diosas, Shodashi, la belleza de tres mil ciudades derrama su esplendor desde la barra; Bhairavi, la furia en la pista, inspira un respetuoso terror entre las heteronormadas conformistas, acompañan a Matangi en su misión. Hoy, como en esas noches, bailemos con las diosas.

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