El Santo y La Pupa

Neza, 

Mi amada ciudad-dormitorio, laboratorio de intensidades y nido del ajolote, nada de lo que soy puede entenderse sin tu lodo. Mi familia llegó de Jalisco y Michoacán a domar la costra de barro que fuiste, y nací a metros de tu ombligo simbólico, ahora ocupado con la inmensa pieza de Sebastian. Tardé tanto en entenderte, tuve que conocer las favelas torcidas montadas en los cerros de Rio de Janerio y las chabolas montadas en varas sobre los ríos de Recife para apreciar la forma de parrilla que te dieron nuestros abuelos: tu doble columna vertebral formada por Av. Chimalhuacan y Av. Pantitlan, y tus costillas,  la Tepozanes, la Carmelo, la Villada, la Sor Juana y demás avenidas que desembocan en la Calzada Zaragoza.

Los flujos de personas, mercancías y dinero fluyeron a través de la parrilla. Y así la villa miseria levantada sobre el cadáver de lodo del Lago de Texcoco se volvió una de las diez ciudades más pobladas del país. Poco importa que tu índice de desarrollo humano sea igual al de Toluca o que los índices de rezago social y marginación estén en el grado de “muy bajo”, siempre serás la ciudad perdida en la orilla de la imaginación chilanga, su bodega de chacales y su pulsante ansiedad. Y en donde se encuentra una de tus costillas con una de tus columnas siempre estará enterrada mi raíz, que tardé tanto en entender.

Mi respuesta ante tu estética kitsch fue la de refugiarme en abstracciones caligráficas, que lo único que hicieron fue llevarme a apreciar trazos en la piel de tus hijos y en las paredes de tus casas. Te hice un blog que no volví a alimentar, la Matrix de la Coyota.

Cuando conocí las fotografías de Fershow me maravillé de verte retratada en el híbrido barroco que te satura. En su obra tu arquitectura, hija de la escasez, la necesidad y el exceso, enmarca a quienes nacimos en tu costillar caótico. “¿Cómo te ves?” fue la pregunta que me hizo Fershow mientras penetrábamos tu orilla. “Como nunca me he visto”, fue lo que le contesté. Él ya me había contado cómo quería incluir en la foto casas que se han construido por generaciones y permanecen incompletas, hogares cuyo plano nunca fue trazado y más bien se ha ido construyendo con la necesidad del expansivo árbol genealógico a través de los años. 

Entonces le expliqué que básicamente quería poder salir de la sesión con un personaje que pudiera seguir puliendo pues mis intervenciones en la pista de baile (y otros espacios fenoménicos) hacen uso de un inventario pequeño de personajes y sus variaciones: El zombie, Layla la terrorista del chador, el shivaita bailador de lasya (la danza gentil) o tandava (la danza violenta), vikram el vampiro de mombay, el fetichista dieselpunk y el replicante post-goth. Esto encajaba perfecto con la idea de Fershow de la eclosión del capullo. Siento que lo que salió de la pupa es el fin de representaciones fúricas y el comienzo de una exploración de las moradas celestiales, como se les conoce en el budismo al amor benevolente, la compasión, la alegría altruista y la ecuanimidad.

El resultado final es “El santo y la pupa”, que además de incorporar nuestra obsesión compartida por tu perfil inacabado y en construcción permanente, hace un guiño a la iconografía budista de Padmapani, el portador de la flor de loto, una forma del Bodhisattva Avalokitesvara, una representación de la compasión infinita y el amor. Una versión hippie y psicodélica que mira como si sufriera el martirio de San Sebastián.

Así como el capullo del loto se levanta sobre el lodo, así se revela el santo de su pupa simbólica. La flor de loto, un poderoso símbolo de mi fe sólo puede nacer del lodo, así como hemos de levantar la conciencia por encima del fango del mundo, así como mis abuelos levantaron una ciudad sobre el trazo de una parrilla en el lodo.